Recursos que me sacan de la acción
La inmersión narrativa no es sencilla. Mientras que en el cine es prácticamente instantánea, en la literatura exige un esfuerzo mayor por parte tanto del escritor, como del lector. El crear una realidad paralela en la que la que el lector se sumerja y por la que se deje llevar a fin de sentir como creÃble nuestra historia, es una tarea ardua de conseguir y fácil de estropear. Tanto para mÃ, como para todos, vamos a tratar algunos recursos que rompen esa fantasÃa y nos sacan de la acción.
—Repetir
en exceso una palabra. Es algo bastante común y que, por regla general, usamos
con adverbios o conjunciones, como el «y», o el «pero». Parece que nos abonamos a una
determinada construcción lingüÃstica para hacer frases y ya no nos sale otra.
Es preciso revisar muy bien el texto, localizar la cantidad de palabras de este
tipo en el buscador e impedir que haya demasiadas mediante una concienzuda
corrección. No obstante, más grave es el asunto cuando no se trata de estos
vocablos, sino de palabras o expresiones a las que el autor parece tener un
cariño especial, como «madre mÃa», «empoderada», «la diosa que llevo dentro», o
similar. Cuando nos encontramos la misma palabra tres veces en un párrafo de
cinco lÃneas, el libro deja de ser una historia para convertirse, sÃ, en un
juego de chupitos.
Bola
extra: el nombre del protagonista. Por favor, te garantizo que ya sé cómo
se llama, no es necesario que me lo repitas en cada momento que te refieras a
él. Llámalo «el chico, la mujer, el joven»; refiérete a él o ella por su oficio
o por un rasgo que destaque poderosamente sobre los demás: «el estudiante, la
escritora, el vampiro…», pero no me pongas su nombre veintiocho veces en doce
lÃneas, te lo ruego, por el amor de Dios.
—Acción
confusa. Las escenas de pelea, batalla o todas aquellas en las que suceden
muchas cosas a la vez en poco tiempo, son difÃciles para el escritor en mayor o
menos grado. Si intervienen varios puntos de vista, más aún. Antes de lanzarte a
escribirlas, es preferible que repases bien la escena en tu cabeza, te hagas
unos esquemas o incluso un dibujo. No te lances a escribir a lo loco una batalla
en la que el protagonista emprende veinte acciones a la vez o en la que hay
tres personajes esenciales llevando cada uno su carga sin tener una guÃa de
tiempo y hechos muy claros. Aunque a ti se te pase por alto un pequeño fallo,
te aseguro que tu lector sà notará si de pronto tu personaje tiene tres brazos
porque ha esquivado a dos enemigos con sendas espadas y dado un mazazo a un
tercero, como se dará cuenta de que te has hecho el lÃo padre narrando y ya no
sabes contra cuántos enemigos está luchando a la vez.
—Personajes que tienen poderes sólo cuando al autor le interesa. Esto es tanto más sangrante cuanto mayor poder o pericia tiene el personaje en cuestión. Si estamos hablando de un archimago que puede conjurar de la nada un palacio de ochenta y tres habitaciones, volar a cuerpo limpio a una velocidad superior a la de la Enterprise, y luchar contra un ejército sin que se le mueva un pelo del flequillo, no me digas que de pronto no puede salvar a su amante/hijo/personaje random porque resulta que se le ha metido una pestaña en el ojo, o los calzoncillos por la raya del culo, o porque está dos metros lejos de su radio de acción y, oh, qué lástima, no se puede hacer absolutamente nada, no tiene ningún hechizo para subsanar eso (Dita tamborilea con los dedos en el escritorio con cara de circunstancias). No. O sea… NO. Si lo trasladamos a la escritura, es como si yo, porque tengo un mal dÃa, olvido cómo se lee o soy incapaz de escribir una frase corta. Puedo entender una dificultad que realmente impida el uso de una habilidad o incapacite a un personaje, pero ha de estar justificada y ser creÃble. Algo como una fobia o discapacidad a las que jamás se ha hecho referencia y que aparecen de golpe, no son creÃbles. Un inconveniente menor, nimio para un personaje al que hemos visto enfrentarse a cosas mucho peores, no es creÃble.
"Oooootra vez... no sé de qué le sirve ser mago, si luego sólo puede hacer magia cuando no le miran". |
—Cambios
en el tono narrativo o en la forma de expresarse de un personaje. En toda obra,
un pequeño alivio cómico bien manejado puede quedar muy bien, ayudar a despejar
la tensión e incluso mejorar la atención del lector al hacerle ver que la obra
tiene aspectos agradables y aún graciosos. En una obra ligera o cómica, un
pasaje de emoción medida también hará que empaticemos más con los personajes y
les tengamos afecto. Ahora, cambiar de la comedia ligera al drama patético, o
de lo lacrimógeno al cachondeo, sacará por completo de la acción a nuestro
lector y hará que no se crea lo que le estamos contando. Ya sé que la vida en
ocasiones es asÃ; sé que podemos estar felices y partiéndonos de risa por estar
animando una fiesta vestidos de payasos, que nos llamen porque se ha matado
nuestro hermano y tengamos que asistir al funeral todavÃa con la peluca de
rizos rojos y los zapatones, lo sé. No obstante, tratar un cambio de escena tan
fuerte exige mucha pericia para impedir que nuestra historia parezca ridÃcula o
resulte increÃble, asà que mejor cuidemos el dar un tono lo más uniforme
posible a nuestro relato.
Sucede
lo mismo con el carácter de nuestros personajes, hemos de ser fieles al mismo.
El que un personaje sea culto y bien educado, no es óbice para que no pueda
soltar una colorida maldición si se pilla los dedos con el martillo colgando un
cuadro. Claro que, si de pronto y sin ninguna razón, pasa de hablar como
Shakespeare a hacerlo como John McClane, o le han abducido los extraterrestres
y no nos hemos enterado, o estamos ante un cambio de estilo que no tiene
justificación, que sólo va a servir para que nuestro lector crea que le tomamos
el pelo y tenga ganas de cerrar el libro.
Por
el momento, estos son los casos más llamativos de pérdida de credibilidad
literaria. Es importante que les prestemos atención, para evitarlos. Si se os
ocurren más, por favor, dejadlos en comentarios, ¡gracias!